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¡Hola amigos! Jé, volví a pasarme por aquí después de 83549101 años. Lo siento, de verdad, pero he estado liada con él instituto ¡Este verano prometo escribir más!
Bueno, pues regreso con una pequeña historia de las mías. EL motivo de la historia es bastante gracioso, os explico:
Ayer, teníamos que entregar un texto (sobre cualquier cosa, la mayoría lo hicieron sobre fútbol (HALA MADRID) pero yo elegí hacer una pequeña historia) en clase de lengua. En él debía a ver dos frases compuestas, dos subordinadas adjetivas y dos subordinadas sustantivas. Pues bien, a mi se me olvidó hacerlo. Me acurdé a las 8:00, cuando entramos al instituto a las 8:15. Además, en diez minutos mis amigas me tocarían para irnos a él, así que me puse como una loca a hacer dicho texto.
Y así, en diez minutos, surgió esta cosa que le encantó a mi profesora. Por cierto, lo he pasado a ordenador porque me ha pedido que lo imprima más grande y lo ponga en el tablón como motivo de la semana del libro.
Pues hala, dicho todo esto, aquí va mi historia, espero que os guste :)
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Me desperté violentamente. Hacía días que no conseguía dormir a gusto, sin interrupciones. El recuerdo de aquel asesinato era demasiado fuerte y me perseguía cada vez que intentaba conciliar el sueño. Nunca le conté a nadie lo que vi, ni siquiera a mi señor, pero esa noche necesitaba hablar con alguien. Me levanté sin hacer ningún ruido de la cama. Bueno, cama… Aquel colchón maloliente que mi señor me proporcionaba para descansar. Salí al pasillo. Todo recto, el segundo a la izquierda y la cuarta puerta a la derecha. Me paré en frente de la puerta de Mireya, la hija de mi señor. Éramos buenos amigos. Teníamos la misma edad, los mismos gustos por los juglares, amábamos la lectura… Fue ella quien me enseñó a leer y escribir. La conozco desde que mis padres me abandonaron aquí a los ocho años y me enamoré de ella en el momento en que la vi. Estaría durmiendo y tampoco quería molestarla. Había sido una estupidez ir hasta allí, así que me di la vuelta y me dispuse a volver sobre mis pasos.
­—Ramón —susurró ella desde la puerta de su habitación—, entra.
Obedecí y entré. Todo estaba tan ordenado como siempre. Ella llevaba un camisón blanco y largo, iba preciosa. Normalmente se ponía uno rosa, pero hacía una par de días que se le rompió una manga, y las costureras de palacio lo estaban arreglando. Bien con este o bien con el rosa, siempre iba preciosa.
            —¿Qué te pasa? —me preguntó.
            —Tengo algo que contarte.
            Me senté en su cama, que estaba bastante deshecha. Mireya se sentó a mi lado y su larga cabellera rubia me rozó el brazo. Me puse rojo, aparte de por aquel contacto con su pelo, porque estábamos muy cerca. Por suerte, la tenue luz que iluminaba la estancia no dejaba que se notase mucho.
            —Mireya, sé quién ha matado a tu madre.

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